viernes, 2 de junio de 2017

Una taza más de café (II)

Llego al café tan temprano como me lo permita la vida, escojo una mesa agradable, pido café caliente para poder sentir la nieve y frío de fuera tan ajenos como sea posible, para admirar su belleza desde lejos.

Me pierdo en aquel exquisito aroma, mientras tamborileo mis dedos en la mesa y dirijo mis ojos a la entrada. No ha pasado mucho desde que empecé esta pequeña rutina, pero desde que lo hice, comencé a familiarizarme con el lugar, mejor dicho, con alguien.

Tiempo después, escucho el sonido de las campanas de la puerta, separo la mirada del móvil y la veo. Ahí va ella, con su cabello largo y ondulado, siendo parcialmente cubierto por un gorrito tejido, pidiendo lo mismo de siempre, café y una galleta. Se sienta en la mesa junto a la ventana, repite cada movimiento, toma un sorbo mientras ve atentamente hacia la calle, pero, al mismo tiempo, su mirada se pierde en la inmensidad.

¿En qué pensará ella? Me pregunto mientras tomo un pequeño sorbo de café y siento como el calor recorre mi garganta. ¿Pensará en alguien?, ¿Estará recordando algo?, preguntas así inundan mi mente. Por un momento me imaginé sentado frente a ella, haciéndole esas preguntas, tomando juntos nuestro café, teniendo una conversación seria, o quizás... riendo descontroladamente.

Es extraño, el imaginarse momentos perfectos junto a alguien que no conoces realmente, y que, probablemente, no es consciente de tu existencia.

Ahí está ella, tan lejos pero tan cerca de mí. No he intentado hablar con ella, siquiera sonreirle, sólo me limito a verla, escondiéndome detrás del vapor de mi café.

Quizás deba hacerlo, hablarle y conocer las respuestas que tanto me he plantado. Debería hacerlo, sí, debería.