lunes, 4 de junio de 2018

Dandelion (IV)

El atardecer había comenzado, el ambiente frío de la ciudad era tan notorio que pocas personas se animaban a salir de sus casas. Para ella, con sólo una bufanda roja rodeándole el cuello y una chaqueta negra, el frío pasaba desapercibido. 

Caminó hasta el parque central, y buscó el mejor lugar, el que estuviera iluminado por los rayos de luz restantes del día. Se sentó en una banca y dirigió su mirada al horizonte.

El lugar estaba casi vacío, pero también había valientes que preferían disfrutar del día a estar encerrados. Algunos iban acompañados, y otros se encontraban sentados en el pasto, leyendo o trabajando en algo.

Ella los observó a todos cuidadosamente. Cada uno tenía algo especial, sus sonrisas, ánimo, e incluso la mirada perdida. 

Sintió una tranquilidad en su interior bastante grande y esbozó una pequeña sonrisa. Bajó un poco la mirada y encontró varios dientes de león que estaban a unos cuantos pasos de ella. Se levantó de la banca y caminó hacia ellos. Se puso en cuclillas para verlos de cerca. Los dientes de león se movían con suavidad al ser tocados por el aire helado de esa tarde.

Tomó con cuidado el tallo de uno y lo arrancó. Se acostó en el pasto y vio al cielo. Cerró los ojos por un  momento y respiró profundo.

Abrió los ojos, y se acercó el diente de león a los labios. Sopló con un poco de fuerza y las semillas se fueron desprendiendo una a una, siendo alejadas por la corriente de aire que llegó en ese momento.

Vio como se esparcían las semillas y sonrió. Se levantó, sacudió el pasto de su pantalón y lo que pudo de la chaqueta, y comenzó a caminar.

No necesitó pedir un deseo, pues aquello que tanto había querido y buscado por años, por fín lo había conseguido. La felicidad.