martes, 11 de diciembre de 2018

Luces del invierno(VI)

"¿Cuánto más falta?" Pregunté con una voz afónica.
Mis manos estaban entumecidas, mis mejillas parecían bloques de hielo y mis ojos estaban llorosos por el aire frío que entraba en ellos.
"No mucho" Respondió él con seguridad.
Los dos continuamos caminando a través de la ciudad. No sé cómo fue que acepté salir con él, con este tipo de clima, y con esta ropa.
Caminaba con los brazos cruzados, como abrazándome a mí misma, cuando choqué con él, quien se había detenido en seco.
Alcé la mirada y lo vi a él, con una sonrisa enorme observando el edificio que estaba junto a nosotros.
El edificio parecía más un castillo miniatura, el cual estaba abierto en la zona del pasillo.

Caminamos hacia él, la emoción se notaba en sus ojos, era el lugar con el que soñaba visitar cuando era un niño. Ver esa felicidad hizo que el frío que sentía disminuyera poco a poco hasta que fue difícil distinguirlo.

Tomó mi mano mientras entrábamos. El lugar estaba adornado con luces en el techo, focos que parecían pequeñas luciérnagas descansando en lo alto del edificio, y nochebuenas por todos lados. El espíritu navideño estaba tan presente en ese lugar que hasta se podría sentir con las manos.

Había bastante gente en el lugar, todos parecían estar felices y disfrutando ese momento como si no hubiera un mañana.

Nosotros continuamos caminando hasta llegar a las escaleras, las cuales tenían barandales de madera con flores talladas.

Él sostenía mi mano cada vez con más fuerza.

Llegamos hasta la parte más alta del edificio, una terraza desde la cual se podía ver toda la ciudad. Con emoción me dirigí a la orilla. La ciudad estaba llena de adornos navideños y luces que parecían parpadear al ritmo de los sonidos citadinos. Él se paró a mi lado derecho, y en vez de ver hacia la ciudad, noté que sólo me estaba viendo fijamente.

Lo miré a los ojos y vi un brillo en ellos que no había visto antes. En ese momento sentí que mi corazón saltó tan fuerte que creí que se saldría. La felicidad que sentía en mi interior era inmensa. Nos quedamos en silencio, mirándonos. Fue ese momento en el que me di cuenta que había encontrado a esa persona con la que me gustaría pasar el resto de mi vida.


lunes, 4 de junio de 2018

Dandelion (IV)

El atardecer había comenzado, el ambiente frío de la ciudad era tan notorio que pocas personas se animaban a salir de sus casas. Para ella, con sólo una bufanda roja rodeándole el cuello y una chaqueta negra, el frío pasaba desapercibido. 

Caminó hasta el parque central, y buscó el mejor lugar, el que estuviera iluminado por los rayos de luz restantes del día. Se sentó en una banca y dirigió su mirada al horizonte.

El lugar estaba casi vacío, pero también había valientes que preferían disfrutar del día a estar encerrados. Algunos iban acompañados, y otros se encontraban sentados en el pasto, leyendo o trabajando en algo.

Ella los observó a todos cuidadosamente. Cada uno tenía algo especial, sus sonrisas, ánimo, e incluso la mirada perdida. 

Sintió una tranquilidad en su interior bastante grande y esbozó una pequeña sonrisa. Bajó un poco la mirada y encontró varios dientes de león que estaban a unos cuantos pasos de ella. Se levantó de la banca y caminó hacia ellos. Se puso en cuclillas para verlos de cerca. Los dientes de león se movían con suavidad al ser tocados por el aire helado de esa tarde.

Tomó con cuidado el tallo de uno y lo arrancó. Se acostó en el pasto y vio al cielo. Cerró los ojos por un  momento y respiró profundo.

Abrió los ojos, y se acercó el diente de león a los labios. Sopló con un poco de fuerza y las semillas se fueron desprendiendo una a una, siendo alejadas por la corriente de aire que llegó en ese momento.

Vio como se esparcían las semillas y sonrió. Se levantó, sacudió el pasto de su pantalón y lo que pudo de la chaqueta, y comenzó a caminar.

No necesitó pedir un deseo, pues aquello que tanto había querido y buscado por años, por fín lo había conseguido. La felicidad.





viernes, 2 de junio de 2017

Una taza más de café (II)

Llego al café tan temprano como me lo permita la vida, escojo una mesa agradable, pido café caliente para poder sentir la nieve y frío de fuera tan ajenos como sea posible, para admirar su belleza desde lejos.

Me pierdo en aquel exquisito aroma, mientras tamborileo mis dedos en la mesa y dirijo mis ojos a la entrada. No ha pasado mucho desde que empecé esta pequeña rutina, pero desde que lo hice, comencé a familiarizarme con el lugar, mejor dicho, con alguien.

Tiempo después, escucho el sonido de las campanas de la puerta, separo la mirada del móvil y la veo. Ahí va ella, con su cabello largo y ondulado, siendo parcialmente cubierto por un gorrito tejido, pidiendo lo mismo de siempre, café y una galleta. Se sienta en la mesa junto a la ventana, repite cada movimiento, toma un sorbo mientras ve atentamente hacia la calle, pero, al mismo tiempo, su mirada se pierde en la inmensidad.

¿En qué pensará ella? Me pregunto mientras tomo un pequeño sorbo de café y siento como el calor recorre mi garganta. ¿Pensará en alguien?, ¿Estará recordando algo?, preguntas así inundan mi mente. Por un momento me imaginé sentado frente a ella, haciéndole esas preguntas, tomando juntos nuestro café, teniendo una conversación seria, o quizás... riendo descontroladamente.

Es extraño, el imaginarse momentos perfectos junto a alguien que no conoces realmente, y que, probablemente, no es consciente de tu existencia.

Ahí está ella, tan lejos pero tan cerca de mí. No he intentado hablar con ella, siquiera sonreirle, sólo me limito a verla, escondiéndome detrás del vapor de mi café.

Quizás deba hacerlo, hablarle y conocer las respuestas que tanto me he plantado. Debería hacerlo, sí, debería.